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LA FLEXIBILIDAD CUANTITATIVA Y LA TRAMPA DE LA DEUDA

Publicado el 11/02/2022

 

LA FLEXIBILIDAD CUANTITATIVA Y LA TRAMPA DE LA DEUDA

Para evitar el hundimiento de la economía ante la gravedad de la emergencia sanitaria, los bancos centrales de los países desarrollados, señaladamente la Reserva Federal americana y el Banco Central Europeo, comenzaron a comprar deuda pública de sus respectivos estados a tipo cero y en cantidades elevadas. Con ello han conseguido insuflar dinero a las economías de los países que están bajo su tutela. Los diferentes gobiernos, especialmente el nuestro, se han empleado a fondo en poner en circulación importantes contingentes de deuda pública, sin preocuparse por si el mercado la absorbería, pues ya había comprador, el BCE, ni tampoco por el precio a pagar, pues el tipo de interés es cero. Los fondos generados por esta deuda se han vertido a la economía mediante subvenciones, préstamos a bajo interés, aplazamiento del pago de impuestos, etc., procurando tesorería tanto a las empresas como a las familias.

Esta práctica de crear dinero nuevo en abundancia dándole a la manivela de acuñar moneda es más vieja que el reuma y se ha usado en épocas de guerra y en todo tiempo por gobiernos manirrotos, es echar gasolina a los rescoldos para avivar el fuego. Pero, claro, esto dicho así, poner en marcha la máquina de crear dinero, parece un comportamiento un tanto grosero de los gobiernos, que repugna a las delicadas mentes financieras. Busquemos un nombre que parezca técnico, si es en inglés, mejor, para mostrar esta práctica como un nuevo y luminoso descubrimiento de la ciencia económica, llamémosla QS (quantitative easing), “flexibilización cuantitativa” – aunque una traducción más acorde sería, “facilidades financieras” –, esto ya está mejor. Ahora démosle una definición académica: se entiende por “Quantitative easing” el instrumento de política monetaria no convencional consistente en que un Banco central compra valores de deuda pública y corporativa como medio de aumentar la oferta monetaria y fomentar los préstamos y la inversión. Bien, ya podemos presentarla en sociedad, no como una ocurrencia desesperada del gobierno, sino como una novedosa teoría bendecida por la ciencia económica, que viene a poner remedio a la situación, tranquilizando así nuestra conciencia ante una práctica tan heterodoxa.

La Reserva Federal americana ha destinado cinco mil millones de dólares a estos menesteres en su plan de choque contra la pandemia. En Europa, que ha aprendido de los pésimos resultados de sus erróneas recetas de austeridad en la anterior crisis financiera, el BCE ha dispuesto 1,85 mil millones de euros para la compra de deuda pública y privada de los estados miembros de la UE. En definitiva, las dos economías más fuertes del mundo han arrancado la marcha de la máquina de hacer billetes y han puesto en circulación ingentes cantidades de dinero para evitar la catástrofe. Otras economías menos transparentes que las europeas y norteamericana han hecho lo mismo, regar sus economías con dinero, pero con mecanismos menos sofisticados.

Estas políticas de aumentar la masa monetaria en circulación sin duda han sido acertadas en las primeras fases de la pandemia, y contrastan con las nocivas recetas de austeridad aplicadas en la crisis del 2008, pero pueden resultar negativas si se eternizan en el tiempo, pues el dinero es un mero instrumento, por sí sólo no potencia el crecimiento de una economía, ni siquiera su recuperación, de no ir acompañado de proyectos de inversión que generen empleo y riqueza, y tengan un efecto multiplicador, como ya nos enseñó Keynes, de lo contrario lo único que se logra es crear inflación.

Ante la ausencia de proyectos de inversión ambiciosos, por lo menos en Europa, el dinero ha de dirigirse con necesidad, como está ocurriendo, a la especulación, agitando y sobrevalorando las Bolsas y los mercados de materias primas, o se invierte en obras de arte o en inmuebles, creando burbujas financieras en todos ellos.

El fenómeno de la inflación que está golpeando al mundo occidental era algo anunciado y no deja de sorprendernos la cara de asombro que se nos ha puesto al ver la alarmante subida de los precios, más propia de tiempos que creíamos olvidados o del recalentamiento de economías emergentes. En EE. UU. el índice de inflación ha sido del 7%, en nuestro país del 6,5 % y algo más bajo, pero igualmente elevado, en los demás países de Europa. Hay que remontarse a la grave crisis que sufrió nuestro país a finales del 1992 para encontrar un nivel de precios similar. Este fenómeno era predecible, al menos para los especialistas, aunque no con la virulencia con que se ha manifestado, potenciado por el desabastecimiento y rotura de stocks. Desde antiguo la irrupción de la inflación como suceso provocado por sobreabundancia de masa monetaria ha sido ampliamente estudiado por los economistas, ya lo advirtieron los viejos maestros de la Escuela de Salamanca, que no eran economistas, sino teólogos y moralistas, observando en el siglo XVI como la llegada de la flota de Indias cargada de oro y plata a Sevilla, coincidía con una alza generalizada de los precios de las mercancías, como consecuencia de la “largueza de las plazas”, como designaban a este inusitado incremento de la circulación monetaria, sentando con sus reflexiones las bases de la teoría cuantitativa del dinero.

Aunque se espera que este elevado repunte de precios sea un episodio temporal, muchos entienden que será más largo de lo esperado. Para el Banco de España dos son los riesgos de un proceso inflacionista más duradero: que se mantengan altos los precios de la energía y que como consecuencia de las demandas salariales se transmitan y realimenten las alzas de precios.

Las autoridades monetarias, tanto la Reserva Federal como el BCE, están tomando medidas para recortar los estímulos reduciendo así la masa monetaria en circulación. Particularmente el BCE, por lo que nos concierne, en este primer trimestre del año ya ha reducido compras de bonos y pondrá fin a las compras netas de activos en el marco del PEPP (Programa de compras de emergencia) a final de marzo de 2022, aunque las mantenga, con paulatina disminución, en el presente año en el marco del APP (Programa ampliado de compras), con el objetivo de estabilizar la inflación en el 2% a medio plazo.

Es de esperar que esta política de retraimiento se realice con la necesaria graduación y con mucho pulso, de lo contrario, algunos países se verán en aprietos, entre ellos el nuestro, pues sólo podemos atender a los vencimientos de la deuda emitiendo nueva y al desaparecer el comprador seguro tendremos que apelar a los mercados y pagar los tipos de interés que se nos exija.

Nos encontramos trabados por la trampa de la deuda, por una parte, Europa se ve impelida a ir reduciendo paulatinamente la masa de dinero si no quiere arrostrar el riesgo de una elevada y permanente inflación con sus efectos devastadores sobre la economía, pero, por otra, no puede detenerse, al menos, de modo brusco, la compra de bonos por el Banco Europeo sin poner en riesgo la consolidación de las economías de algunos estados miembros por las dificultades que pueden encontrar para colocar su deuda y los altos tipos de interés que se vean obligados a pagar.